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Grima

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Este término alude a un disgusto o sensación desagradable. En Honduras significa un temor muy intenso.

Es probable que tenga sus orígenes en el gótico grimms, ‘horrible’, que pudiera venir del alemán antiguo grimmi, ‘hostil’ y, éste, a su vez, del nórdico grimmr, ‘rabioso’.

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Canícula

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Uno de mis recuerdos favoritos es el de mis padres mirando absortos al cielo, en medio de una noche estrellada, sin darse cuenta de que se habían parado sobre un hormiguero. Yo tenía unos siete años, y mi papá me estaba enseñando a reconocer algunas constelaciones; me dijo que Sirio es una de las estrellas más cercanas a la Tierra: está a 8.7 años luz del Sol —que en términos astronómicos es una distancia relativamente corta—, por eso es tan brillante y se puede ver con facilidad en el grupo de astros que dan forma al Can Mayor.

Pompas ricas de colores / de matices seductores / del amor las pompas son / pues deslumbra cuando nace / y al tocarlas se deshace / nuestra frágil ilusión. / Esperanza de una hora / bella flor que se evapora / con el sol canicular. «Pompas ricas», de T. Sáenz y Eduardo Vigil y Robles

Lo que no supe sino hasta mucho después, es la íntima relación que existe entre Sirio y la canícula pues, como bien lo dice su etimología —del latín canicula, «la perrita» o «la estrella Sirio»—, tiene mucho que ver con los canes: por una parte, porque el calorón nos trae como perros jadeantes buscando la sombrita; pero en realidad, el can al que se refiere esta palabra es la constelación del Can Mayor.

En tiempos del antiguo Egipto, a principios de julio tenía lugar el nacimiento heliaco de Sirio; es decir, cuando esta estrella sale y se pone junto con el Sol, marcando el inicio de la época más calurosa del año: el verano, lo que antes se conocía como la canícula, pues. Para los antiguos egipcios, Sirio era un astro fundamental porque señalaba la llegada de las lluvias, que traían fertilidad a los campos.

Actualmente, debido a un fenómeno astronómico llamado precesión y que tiene que ver con el movimiento de rotación de la Tierra, el Can Mayor, junto con su estrella Sirio, aparece en el firmamento hasta finales de agosto o principios de septiembre. De cualquier manera, ya se le quedó el nombre de canícula a los meses del año en que más arrecia el calor.

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Lupanar

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Bernarda: ¡Cómo gozarías de vernos a mí y a mis hijas camino del lupanar!

Poncia: ¡Nadie puede conocer su fin!

Bernarda: ¡Yo sí sé mi fin! ¡Y el de mis hijas! El lupanar se queda para alguna mujer ya difunta.

Poncia: ¡Bernarda, respeta la memoria de mi madre!

Bernarda: ¡No me persigas tú con tus malos pensamientos!
[Fragmento de La casa de Bernarda Alba, obra de teatro escrita por Federico García Lorca en 1936].

Salida de la boca de la mismísima Bernarda Alba, la palabra lupanar no puede significar más que «lugar maldito, centro de la perdición y del pecado carnal». Pero se trata de Bernarda Alba, y Federico García Lorca decidió que la protagonista de su obra condensara toda la carga negativa: abuso de autoridad, rigidez, fanatismo religioso… y sobre todo, castidad.

Si, así como estamos, giramos 180 grados y miramos hacia el extremo opuesto, donde los romanos celebraban con intenso jolgorio bacanales gloriosas; ya mejoramos nuestro ánimo, por lo que se recomienda, querido lector, mantener este espíritu mundanal y lascivo para continuar con la lectura.

De esta tradición —las «fiestecitas» en honor a Baco1 Tomando prestada la imagen de Dionisio, Baco se incorpora junto con sus bacanales en territorio romano durante los últimos siglos de la República —del IV al I a. C.—.— se desprendieron, fusionaron y confundieron otras, en las que las ofrendas a Fauno, dios vinculado a la fertilidad, la agricultura y el ganado, y los favores de Luperco, protector de los lobos, se hicieron una sola celebración.

Los rituales sexuales consagrados, posteriormente, a Fauno Luperco tuvieron lugar en los santuarios del Ara Máxima donde las «lobas» —del latín, lupas2 En el Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Corominas asienta lobo, del latín lupus, registrado en 1057.— practicaban actos de prostitución sagrada con los luperci, sacerdotes dedicados a este dios.

La asociación prostitutas = lobas también resultaría de su lugar de residencia, ya que generalmente se refugiaban en los bosques, donde esperaban a los hombres que pasaban por el lugar y brindaban sus servicios —a veces, no solicitados; pero seguro, no despreciados— para, luego, consumar, en caso de ser necesario, el robo.

Este espacio que albergara lupas y su intercambio —sexo por paga— de manera voluntaria o no, colectiva o no, sagrada o no, fue considerado un lupanar.

Otra versión acerca de la historia etimológica de este término se remonta al origen mítico de Roma,3 En épocas del historiador Tito Livio (59 a.C. – 17 d.C.), comienzan a circular versiones de la fundación de Roma con una línea más «nacionalista» al integrar elementos «genuinamente romanos». e involucra a Lupa o Acca Larencia, a quien diferentes fuentes identifican como la mujer de Fáustulo —el pastor que salvó y crió a Rómulo y Remo en el río Tíber—, y la madre adoptiva, «la loba» que amamantaría en el Lupercal a los futuros fundadores de la ciudad romana. Acca Larencia, expulsada al bosque por su vida licenciosa, también es reconocida como una sacerdotisa que ejercía la prostitución sagrada. Apodada Lupa por los pastores, al morir donaría sus tierras al pueblo romano.

Más cerca de la realidad que de la mitología, de quién sino de Calígula, tercer emperador de Roma, pudo ser la tan ingeniosa idea de integrar el primer lupanar público en su palacio. A partir de entonces, la figura de la cortesana —con mayor o menor aceptación— no dejaría de acompañar a los jefes de Estado y a la realeza.

Es evidente que, con la irrupción de los mandamientos cristianos, poco pudo quedar de las tradiciones que éstos denominaron paganas y que vinculaban al sexo con la religión. Hoy, prostíbulo, burdel, mancebía, casa de citas o cualquier palabra que asigne el lugar donde se albergan las mujeres de la «mala vida» es un lupanar.

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Dentera

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Celos o envidia, ansias o deseo vehemente, a decir de María Moliner y de la rae.

También es una sensación desagradable experimentada en los dientes y encías al comer sustancias agrias o al oír ciertos ruidos, al tocar determinadas texturas.

Y, aun continúa con el solo recuerdo de estas cosas. En México está en desuso, pero no en una gran región de Latinoamérica.

– Me da dentera cada vez que rechina esa puerta.

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Asaltacunas

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Les cuento que a una de mis compañeras de trabajo la apodan «la Asaltacunas». Y es que a ella le gusta salir con hombres mucho más jóvenes que ella, y aunque al principio le apenaba que la vieran con sus «chiquinovios» —porque la diferencia de edad era sumamente notoria—, a ellos no parecía importarles que la gente los mirara sin disimulo. Y es que, a sus 39 años, ella es muy guapa. Pero, a todo esto, ¿de dónde surgió tal sobrenombre?

La primera imagen que llega a la mente es la de alguien sustrayendo un bebé de su cuna; pero no: el «asaltado» no es un lactante, sino una «media naranja» más joven que uno. A pesar de que el drae no recoge asaltacunas, este término es muy común en nuestro léxico —y, al parecer, también en nuestras costumbres sociales y amorosas—. Se trata de una palabra compuesta, como cenaaoscuras, cuentachiles y, obviamente, trotamundos.

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Volviendo a las correrías de mi amiga, a pesar de que ha comprobado eso de que «quien con niños se acuesta, mojado se levanta», ella argumenta que los de su edad ya están comprometidos y los que no, también gustan de «asaltar cunas» y sólo buscan relacionarse con jovencitas de 20. Total que relacionarse con personas menores puede parecer algo común o, ¿cuántos de ustedes no han vivido una relación sentimental —o de otros tipos— con alguien mucho mayor o menor? El que no haya zarandeado los barrotes de la cuna, que tire la primera piedra.

Esconognosia

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De los términos griegos σκόνη, skoné, ‘polvo’ y γνῶσις, gnosis, ‘conocimiento’. Se refiere a un conocimiento detallado y profundo sobre algo que ya ha quedado obsoleto, como cuando un profesor de taquigrafía recuerda con precisión todos los taquigramas y sus combinaciones pero ya nunca vuelve a encontrar la ocasión para utilizarlos, o cuando 
un gamer recuerda todos los atajos del primer Mario Bros, aunque ya ni siquiera exista la consola en la que se jugaba.

Nuestra vida es una ingente colección de pormenores que en algún momento se volverán inútiles para siempre, y a medida que envejecemos acumulamos más y más esconognosias.

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Díscolo

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No quisiera ser díscolo de palabras, pero este difícil término me ha hecho sufrir tanto, que escribo en un estado muy díscolo y reconozco haberme portado muy díscolo con todos.

Según el Diccionario de la Real Academia Española, díscolo significa «desobediente, indócil». Sin embargo, aunque su definición sea difícil de encontrar, 
me he dado cuenta de que díscolo tiene varios significados distintos en el habla común.

Mi prima, por ejemplo, me dice que soy muy díscolo cuando se trata de compartir secretos, recetas y fórmulas, en el sentido de ser «tacaño», «codo», «mezquino», «ruin», «miserable», «avaro», «cicatero», «roñoso», «menguado», «cutre», «endurador», «verrugo», «guardoso», «parvífico», «cenaaoscuras»… ¡Cuánto me quiere! Ya lo sé.

También son díscolos aquellos que no comparten 
su lunch, como el sargento Juan Garrison, que no lo compartía con el Agallón Mafafas en «Los Polivoces»,
 y por eso le decía: «¡No sea díscolo, mi muchachito!».

Por otra parte, el Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico de J. Corominas y J. A. Pascual dice que díscolo es un arcaísmo antiguo y viejo de verdad, pues ya en latín —dyscolus— era una palabra poco usada por los griegos, que refería a ser «malhumorado, de trato desagradable». No se halla ni en La celestina, ni en Cervantes, Nebrija o Góngora; y entró a nuestro idioma español hacia 1710. Incluso existe una comedia de Menandro llamada El díscolo —también conocida como El misántropo—, de la que el propio Molière hizo una nueva versión siglos más tarde.

Un díscolo también puede ser un amargado que 
odia al mundo y, si se odia al mundo, es natural estar malhumorado, ser indócil, tacaño y, por lo tanto, díscolo.

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Croquis

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«Un bon croquis vaut mieux qu’un long discours» ―«Un buen dibujo es mejor que un largo discurso»―, dijo Bonaparte, y con ello aleccionó a las madres de todo el mundo que, en la posteridad, evitarían las largas llamadas telefónicas con ambiguas instrucciones y usarían, en cambio, «mapitas» de las galas en las que, entre globos y deprimidos ―y deprimentes― animadores, por fin encontrarían el modo de agotar las energías de los críos.

Del francés croquis, derivado de croquer, voz del siglo xviii que, en una primera acepción onomatopéyica, significa ‘crujir’ y, por extensión, «comer algo que cruje».1 Son derivados también croquant, ‘crocante’, croquette, ‘croqueta’, y crocada, este último, también por relación onomatopéyica, «golpe recibido en la cabeza».

Esta palabra se usa para denominar a cualquier dibujo básico que, sin contar con elementos de precisión gráfica o geométrica, tiene validez por su utilidad como copia de un modelo.

Sin embargo, el sentido al que hace referencia este término trasladado al español es al del material que sirve para «indicar a grandes rasgos la primera idea de un cuadro o dibujo»2 Joan Corominas, Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico; Madrid: gredos, 1980., a la cual se llega por medio de una acción rápida, casi instantánea… apenas en un ¡crac!

El dem —porque este galicismo es usual sólo en México― define esta palabra como un «dibujo aproximado, esquemático y preliminar del plano de un terreno, de
 una construcción, de un aparato, etcétera», por lo que funcionan como símiles categóricos esbozo, bosquejo y boceto.

El croquis es la representación de una idea que se ha concebido y que, aunque no tenga la intención de mostrar detalles visuales sobre dimensiones, contenidos, contextos o cualquier tipo de cálculo matemático ―como en el caso de mapas y planos―, tiene utilidad comprobable en la representación de una cosa o un espacio específico.

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Amancebarse

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A partir del surgimiento del «amor libre» y el rechazo a los lazos conyugales, el amancebamiento es la forma de 
llevar una vida en común con aquel que se ama
sin el papeleo y trámite amatorio conocido como matrimonio. Pero, ¿qué es un mancebo?, ¿de dónde viene tal término y cuáles son las cláusulas que uno acepta en el acto del
 amancebamiento?

Pues bien, la palabra mancebo
 encuentra su origen en el
indoeuropeo, con el verbo kap yo,
 que significa «coger» o «agarrar»;
 a partir de éste, en latín se adopta
 la forma ceps para designar «al que 
coge». Sin embargo, en esta
 cultura tan acostumbrada a 
contener el mundo dentro de sus imperiales manos, se le agrega la partícula man-, proveniente de la palabra manus, que en español da «mano».

Tenemos entonces que para los latinos existe el manceps, que es «quien toma con la mano», y por analogía ésta se vuelve la palabra para designar a los compradores. De este modo surge el mancipium: «quien es tomado con la mano», o bien, «comprado» —esto es, el esclavo.

«Sombra y luz, yema y polen a un tiempo fuiste, despertando en las almas el crimen nuevo, ya con virilidades de dios mancebo, ya con mustios halagos de mujer triste.» Amado Nervo

Al ser los esclavos generalmente jóvenes, la palabra mancipium extiende su uso a todo aquel que goce de la edad y las fuerzas necesarias para trabajar, y es así como ésta se vuelve la voz para nombrar a los hombres «en edad de merecer», es decir, capaces de trabajar para sostener una familia.

Con la llegada de los latinos a la Península Ibérica y tras los ajustes que tuvo su lengua para dar origen al español, la palabra mancipium evolucionó a mancebo, conservando su significado de hombre joven y con las fuerzas necesarias para desempeñar las labores propias de su sexo. De ahí mismo proviene el término «emanciparse», que es liberarse de la sujeción o de la esclavitud.

La palabra mancebo, y su forma femenina, manceba,
estuvieron presentes en la lengua española por muchos siglos —ya se halla en La Celestina de Fernando de Rojas—, aunque poco a poco fueron sustituyéndose por términos como «joven» o «muchacho», hasta caer en desuso y considerarse prácticamente un arcaísmo.

Aunque nunca faltarán aquellos arcaizantes que prefieran el término mancebo para nombrar a quien resulte pertinente. Por todo ello, es importante tener mucho cuidado al momento de amancebarse y estipular claramente quién de los dos ha sido tomado por la mano del otro y cuáles son los servicios que ha de prestar.

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Desmadre

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Esta palabra se compone por el prefijo des, el cual tiene cuatro significados asignados: puede ser negación, inversión, exceso o fuera de. Por ejemplo: deshonesto, despeinar, deslenguado, desterrado.

El sustantivo que le sucede a aquel prefijo: –madre, engloba más significados, el principal se refiere a «hembra que ha parido», pero la rae, entre varios de los conceptos que le asigna a esta palabra, menciona que es el nombre como se le conoce también al cause por donde ordinariamente corren las aguas de un rio o un arroyo.

Considerando este significado, en conjunto con la designación de des –fuera de–, el «desmadre», esta palabra se empleaba en principio para designar el desborde del cause de un rio de donde nació.

Años antes de que se incluyera esta palabra a la jerga del vocabulario popular en México, era común escuchar esta palabra para dar el aviso de que un rio se había «desmadrado» porque el flujo de agua había salido de su caudal –o madre– causando un verdadero caos.

Aunque en algunos otros países de habla hispana esta palabra también es empleada para decir cuando a los hijos le han despojado su madre, en el caso de México, esta palabra se popularizó en nuestro léxico como metáfora de lo que se ha salido de control, pérdida de la moderación, exceso desenfrenado sin respeto o medida.

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Geochauvinismo

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Esta palabra proviene del griego , «tierra», y chauvin, derivado de Nicolás Chauvin, patriota francés de la era napoleónica quien se distinguió por su valentía y fanatismo hacia su nación.

Proveniente de la creencia que según los hechos ocurridos en la tierra marcan el parámetro de lo que 
debe ocurrir en todos los planetas, se dice que alguien es chauvinista cuando muestra una exaltación exagerada de lo nacional frente a lo extranjero, como aquel que asegura que sólo la comida mexicana es buena.

Por su parte, el geochauvinista piensa que el universo es geocéntrico, de modo que cree que los demás planetas deben parecerse
 a la Tierra, ya sea en cuanto a su composición química, sus accidentes geográficos o la variedad de su flora y fauna.

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Bizarro

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En ocasiones utilizada para designar algo «ridículo o extraño» y en otras para nombrar a alguien «valiente o espléndido», la palabra bizarro es una de las que mayor confusión causa y quizá esto se deba a que este vocablo tiene dos orígenes: uno del italiano o vasco antiguo; y otro, del francés.

El primero proviene de bizzarro, que en italiano significaba iracundo y fogoso, éste a su vez viene de bizza –ira, cólera-, específicamente de la frase popular fare le bizze que se traduce como «hacer capricho».

De acuerdo con el drae, la palabra bizarro proviene del idioma vasco o euskera: bizarr —que significa barba— de donde toma el significado de «valiente, generoso». Al pasar al castellano tomó ese sentido inicialmente hasta que al llegar al francés su significado original sería reemplazado por aquel que habla de algo «extravagante o raro».

En su Breve diccionario etimológico de la lengua castellana, Joan Coromias coincide en que bizarro quiere decir valiente, y que desde 1569 se toman también los significados «gallardo, generoso» .

Asimismo, Corominas apunta que el francés bizarre también proviene del italiano, por lo que cuando la segunda acepción de la palabra entró al español, la primera ya había quedado en desuso, volviéndose más popular el significado que hace referencia a algo raro, curioso o extraño.

A pesar de que en la actualidad el uso común es éste, la rae insiste en mantener para la palabra el significado de «valiente», e incluso, en el Diccionario Panhispánico de Dudas desaconseja emplearla en el otro sentido.

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Piocha

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Todos conocemos a alguien a quien 
le gusta dejarse crecer la barba, ya sea porque luce bien con ella, para aparentar una edad mayor, o simplemente para acariciarla cada vez que se encuentre pensando ―o simulando un pensamiento― y darse un aire de sabiduría.

Para muchos, esto puede resultar antiestético, y no es raro escuchar: «¡Ya quítate esa piocha, que pareces hippie!».

Según la cosmovisión mexica, el hombre contiene tres sustancias anímicas ubicadas en partes estratégicas del cuerpo. Tales fuerzas son diferentes entre sí porque están destinadas a controlar cualidades distintas.

La primera es la teoyolía, que se encuentra en el corazón y se encarga de las funciones de vitalidad, conocimiento, memoria y emociones; la segunda es el ihíyotl, ubicada en el hígado y relacionada con la conducta del individuo, la pasión, el vigor y los sentimientos —tanto buenos como malos—; y por último está el tonalli, que es dotado por los dioses en el vientre materno, y representa al principio vital, a aquello que hace que alguien sea quien es de forma única e irrepetible.

El tonalli vincula a la persona con su tiempo y el cosmos, 
es el centro del pensamiento ―o «el alma del ser», como 
lo tradujo Torquemada―. Según los mexicas, los dioses colocaban el tonalli detrás del copete, en la mollera. Cuando alguien nacía, le cortaban el mechón de pelo que estaba en esta zona para conocer su porvenir y destino.

A este bucle de pelo se le llamaba piochtli, y de acuerdo con los mexicas, éste guardaba la memoria del alma; era el registro del nacimiento y la muerte, por lo que el día en que se fallecía, éste también debía ser cortado y guardado en una urna junto a los primeros mechones, de modo que la esencia, de principio a fin, se conservara intacta después de su existencia terrenal.

En la actualidad piocha ya no refiere al significado original de piochtli, pero es usado para nombrar a la barba que
 se dejan crecer los hombres únicamente en el mentón y recuerda a aquel mechón que en el México prehispánico guardaba la esencia.

Otro uso coloquial de piocha que está más relacionado con su origen se da al contar personas, o al repartir algo entre un grupo: «son tres por piocha», es decir, tres «por cabeza» o «por persona» , para referir a la concepción de un solo ente, de un sujeto a la vez.

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Procrastinar

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Procrastinar proviene del latín procrastinare que se traduce como «dejar de hacer algo hoy para terminarlo mañana». Esta compuesta por: el prefijo pro– que significa ‘hacia delante’, –cras referente a ‘el mañana’, –tinus que indica relación, y el sufijo –ar que lo caracteriza como verbo.

Así que procrastinar es un verbo que se refiere al hábito de postergar actividades o situaciones que deberían atenderse. Algunos sinónimos son aplazar, postergar, posponer, relegar o diferir. Se traduce a veces por aplazar, diferir, posponer, postergar o relegar, referencias que no dan la idea de hábito. En el idioma inglés se usa mucho esta palabra —procrastinate— para describir a lo que se le da menor importancia, y consecuentemente se puede dejar para otra fecha —definida o no.

El procrastinador deja todo para el último minuto o para después del plazo determinado.

El adverbio en latín cras es clave para entender esta palabrota, pues así podremos retomar la vida de los antiguos romanos. El letrero que en muchas tienditas vemos y que advierten al comprador que no intente pedir prestado, ya se empleaba por comerciantes de esta República: Crascredo, hodie nihil, o sea «Mañana fío, hoy nada».

Y es que de acuerdo con algunos registros históricos de aquella época, los romanos eran muy diligentes y se burlaban de los indecisos. Existe una sátira de Marcial1 Poeta latino quien tras educarse en Hispania, marchó a Roma en el año 64 a.C. —siglo i— sobre un personaje al que intencionadamente llama Póstumo y en sus líneas le advierte: «No tendrás vida póstuma —fama— si dejas todo para mañana».2 Epigramas V, 58.

Si no fuera por el último minuto, nada se haría.

Si seguimos excavando más en los antecedentes del adverbio clave que hemos señalado, en el siglo iii, en Capadocia, un comandante romano se sintió atraído por la fe cristiana y diabólicamente, —según una leyenda piadosa— era desviado de su creencia por un cuervo que graznaba: cras cras —de donde viene crascitar—, como si el cuervo le dijera: «Déjalo para mañana». Pero el centurión, muy ejecutivamente, aplastó al cuervo respondiéndole: «hodie hodie» —hoy hoy.

La palabra cras se integró al español con el mismo significado. Gonzalo Correas3 Vocabulario de refranes y frases proverbiales, 1627. Número: 1329 recoge el refrán medieval: «A lo que has de hacer no digas cras, pon la mano y haz», equivalente ahora a lo que nos repetimos como: No dejes para mañana… lo que puedes postergar indefinidamente.

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Merolico

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La palabra merolico se usa en México para designar a un «charlatán», a un vendedor o «curandero callejero» que hace promesas de maravillas sin fin, pontificando a toda velocidad las cualidades de su producto, con lo que atrae a su alrededor a un respetable grupo de personas que desea ver los prodigios prometidos:

«Para el hígado, para los riñones, para el mal de amores, para que el hombre no le pegue a la mujer ni la mujer al hombre. Si usted se levanta por las mañanas con mal sabor de boca, sabor a cobre, sabor a fierro, a centavo o a latón, como si se hubiera usted tragado la cama, tome usted el Bálsamo de San Jorge».

Lo que la mayoría de nosotros desconoce es que merolico fue una persona y que, por lo tanto, la definición de esta palabra se sustenta, en buena medida, en la vida y obra de este peculiar personaje que llegó a México en 1879.

Su nombre era Rafael Juan de Meraulyok —nativo de Suiza—, pero, como su apellido era impronunciable, todo quedó en «señor Merolico». Muy pronto se dio a conocer en la capital por su poder de conversación y sus varios «títulos» universitarios, uno de los cuales lo acreditaba como médico, profesión que pudo ejercer en nuestro país gracias a que la Escuela Nacional de Medicina le revalidó su título.

Esta acreditación dio pie al mito del merolico, pues el hábil suizo mandó hacer anuncios que lo presentaban como médico cirujano y dentista, profesiones que ejercía en plena calle. En torno suyo suscitaba tumultos de gente que lo mismo le pedían que les sacara una muela o que los curara de sordera con alguno de los múltiples remedios que anunciaba.

«Para unos era un milagro, para otros representaba la revolución científica, el dominio de la física y la química, y el triunfo del magnetismo. Varios más decían que no era sino un charlatán, un sinvergüenza, un ladrón y estafador»1 Jesús Guzmán Urióstegui, Memorias de Merolico. Páginas arrancadas a la historia de su vida por xyz, México: Príncipe Los Reyes, 2005., y le gritaban, al concluir el anuncio de cada droga: «¡Merolico, Merolico! ¿Quién te dio tan grande pico?».

Por extensión les decimos así a las personas que hablan mucho: «Éste habla como merolico».

Lo cierto es que no pasó desapercibido; inmediatamente comenzaron a surgir imitadores, lo que obligó a un debate acerca de la regulación de las profesiones y a la asignación de un espacio público para que hiciera sus presentaciones.

Éste fue la Plaza del Seminario, a un costado de la Catedral, donde por varios años «pico, pico, Merolico» siguió promoviendo sus panaceas.

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Hipocondríaco

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Todos sabemos que un hipocondríaco o hipocondriaco es aquel que estornuda y, acto seguido, corre con el médico para que le trate la «espantosa y mortífera pulmonía que lo aqueja»; aquel que, después de oír hablar de una enfermedad, siente que de verdad la padece; y aquel a quien el médico le tiene estrictamente prohibido ver los programas sobre padecimientos y cuidados a la salud.

¿De dónde viene la palabra que describe este mal?

Empecemos por decir que los hipocondrios —la palabra hipocondrio viene del griego /hypós/, debajo, /cóndrion/, cartílago— son los costados del abdomen, a la altura de la cintura —o del sitio donde ésta debiera estar— y perpendiculares a la «panza chelera», que en muchos de nosotros se conocen mejor como «lonjas». Y es en ellos donde antiguamente se creía que residía la melancolía, tristeza, angustia y preocupación.

Luego digamos que hipocondría —del latín hypochondria, y éste del griego /hypocoóndria/— es la «afección caracterizada por una gran sensibilidad del sistema nervioso con tristeza habitual».

En el siglo xvii se utilizaba esta palabra para designar lo que ahora conocemos como depresión o estar con «espíritus inferiores».

Ya que la hipocondría involucra melancolía, en el siglo xix, los hipocondríacos, siempre melancólicos, pasaron a ser los que se enferman, o creen enfermarse, al menor intento.

Y, aunque los psicólogos dirían que tiene que ver con una necesidad de llamar la atención, de estima y cuidado, en realidad, y en su sentido más estricto, cualquiera puede ser hipocondríaco si padece «dolor de caballo», ése que ataca a quienes tienen poca condición física e insisten en hacer esfuerzos súbitos, sobre todo después de comer.

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Chula, chulita

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Cuando era niña, en una ocasión le pregunté a mi mamá: «¿Por qué a mi tía Chuchú le dices Chulita?». «Porque así le dijimos siempre hasta que tú le cambiaste el mote cuando estabas chiquita, y decías los nombres usando tautónimos como Kikí, Yeyé, Loló y Chuchú», me respondió, lo cual me dejó en las mismas.

Entonces pregunté: «Pero ¿por qué le decían Chulita?», y entonces ella me platicó lo siguiente: «Mi mamá contaba que cuando llegó del hospital con tu tía recién nacida —allá por los años treinta—, se la presentó a mis hermanos mayores, quienes estaban felices de conocer a su nueva hermanita; uno de ellos, tu tío David, muy complacido con la hermosura de la bebé, dijo de inmediato: “¡Ahora ya nosotros también tenemos nuestra Chulita!”, haciendo alusión a la hija de mi tía Ada, nacida un año antes, a quien su papá llamaba Chula, porque él chuleaba a todo el mundo». Entonces entendí completamente lo que la palabra chula significaba y lo que las Chulas significaban para la familia.

Al buscar en el diccionario, me di cuenta de que en el español de España chulear es una palabra con un significado poco elegante y relacionado con gente de baja estofa, que se distingue por cierta afectación y guapeza en el traje y en el modo de conducirse. Chulo es, también, el rufián que trafica con mujeres lángaras y disolutas, así es que, cuando a uno le dicen chula o chulo, claro que hay ofenderse y, si es preciso, hacer reparar su honor.

Así que chula, chulada y chulear levantan el ánimo, engrandece el amor propio y elevan la autoestima.

Por el contrario, en estas tierras mexicanas y, según el drae, también en Guatemala, Honduras y Puerto Rico, cuando a alguien le dicen chula o le chulean sus cualidades o sus ajuares, su peinado y hasta el nuevo novio, se agradece porque todo eso no son más que piropos.

El Diccionario de Mejicanismos afirma que decirle a uno chula es un tratamiento de galantería para llamar a la mujer, como decirle linda, preciosa, hermosa o nena, y agrega que este adjetivo se emplea en un tono afectuoso y expresivo.

Por algo aquella canción «Qué chula es Puebla». María Moliner, en su Diccionario del uso del español, cuenta detalladamente cómo llegó chulo a nuestra lengua; se trataba de una «palabra de la germanía que significó primero «chico», derivado del italiano cuillo, «niño», aféresis de fancuillo, diminutivo de fante, del latín infans, –antis».

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Ésta es una palabra compuesta, muy castiza, que viene de Mari, apócope de María —porque cualquiera se llama María, incluso yo—, y sabidilla, diminutivo de sabia.

Es decir, una niña o mujer que presume de sabia, de que lo sabe todo. Y yo era un poco así de chiquita, pero no tanto como mi hermana: ella sí que era, es y seguirá siendo una marisabidilla en toda la extensión de la palabra.

Que alguien habla de enfermedades, hospitales o medicinas: ella sabe más, porque mi papá es médico —ha llegado hasta a dar recetas—. Que hablan de hijos, de bebés, de escuelas, de educación: ella sabe más, porque además de ser una Susanita nata —como la de Mafalda—, es madre de dos criaturas y madrastra de sobrinos e hijos de amigas al por mayor. Que alguien habla de viajes, o de shopping, o de ahorros, o de compras: ella sabe, y mucho, porque viaja y compra y todo eso. Y si alguien habla de política, aunque no sepa, ella opina; o de dietas, aunque nunca haya hecho una en su vida; y de cultura popular, ya no se diga: de series, de cantantes, de canciones, de programas de tele… se las sabe de todas, todas.

Todo lo sabe y lo que no lo inventa. Pareciera ser la persona que está detrás de ask.com o Yahoo! Respuestas porque opina de todo, absolutamente de todo.

Pero lo peor es cuando alguien habla de comida, porque ése sí es su mero mole —estudió para chef—, y entonces sí no hay manera de rebatirle, porque seguro sabe más, mucho más, que usted y que nadie más: de recetas, de restaurantes, de platillos, de condimentos, de ingredientes, en fin.

Nieves es una auténtica y original marisabidilla, pero no por ello deja de ser simpática y entretenida, porque no lo hurta, lo hereda de mi papá, que también de todo sabe; de mi familia paterna, que no platica, da clase; del tío Topi, que era autor de libros de texto de cálculo diferencial; de la tía Tarsila, que fue maestra en el siglo xix cuando las mujeres no estudiaban; y no sé, también de su propia manera de ser, porque además no acepta que nadie le rebata.❧

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Gótico

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La palabra «gótico» viene del latín gothicus, que se refiere
 a los godos, una tribu que se encontraba en la frontera oriental del Imperio romano y que formaba parte de los pueblos germánicos identificados por los romanos como bárbaros.

Los godos eran percibidos como una amenaza pero lograron convivir en aparente armonía durante varios siglos. Sin embargo, en los primeros años de nuestra era, se volvieron mucho más numerosos mientras que la capacidad militar romana menguaba. Finalmente decidieron atacar la frontera y entablaron una guerra en contra de roma que duró casi un siglo, del año 300 al 400 d.c., en la que hubo numerosas pérdidas de ambos lados y no culminó hasta la alianza de los godos con Constantino.

Del gentilicio al adjetivo

Los godos —góticos— eran vistos por los romanos como seres paganos y oscurantistas, sus costumbres incivilizadas causaban temor y asombro entre los ciudadanos de roma, es por eso que el adjetivo «gótico» pasó a calificar cualquier manifestación cultural que se desviara del canon.

Para los góticos como subcultura, representan y viven la muerte simbólica, porque ésta no es más que tener una mejor vida.

Años después, Giorgio Vasari, uno de los primeros historiadores de arte, en su tratado Vida de los mejores arquitectos, pintores y escultores italianos (1550), utilizó
 el calificativo para referirse a la arquitectura medieval posterior a la época románica —siglos xi-xiii―, que según su opinión era «caótica, oscura y poco digna» en contraste con la arquitectura renacentista dotada de «racionalidad y sentido». Posteriormente estas características se trasladaron a la pintura —Jan Van Eyck, Giotto, El Bosco, etcétera— e incluso a la música —donde predominaban el arpa y el monocordio.

El gótico en la actualidad

La concepción de «lo gótico» ha ido variando con la época y ya durante el siglo xix, en pleno romanticismo,
 se relacionó con un movimiento melancólico y morboso que se interesaba por temas «siniestros». Estos góticos románticos se vestían completamente de negro y maquillaban la cara de blanco para simular ser cadáveres, su intención era rebelarse contra la incipiente sociedad de consumo, consecuencia de la revolución Industrial.

En los años 80 del siglo pasado, con la aparición
 del punk, surgió una subcultura o «tribu urbana» que recuperó la estética gótica del romanticismo tardío: encajes, olanes, terciopelo negro y rostros pálidos que se rebelaban contra lo «plástico» de la cultura pop y la superficialidad de los recién aparecidos yuppies1 Acrónimo para «young urban professional» —joven profesionista urbano—, término que se utilizó durante los años 80 del siglo XX para referirse a los jóvenes de clase media alta..

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Para conocer más de éste, y otros ominosos temas, consulten la edición 131 de Algarabía.

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Maje

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Esta frase que tanto me recuerda las tardes de mi infancia —pensando en nada, mientras contemplaba a las moscas pegarse contra el vidrio—, tiene dos versiones.

Según el Diccionario de mejicanismos de Santamaría, majear es «adormecer, marear, entorpecer, lisonjear a una persona hasta ganarse por completo su voluntad, “dormírsela”» y tiene relación con el verbo vahear, del que se deriva por contaminación fonética.

Sin embargo, también es un nombre que se aplicaba a los indígenas en ciertas zonas de México. Además, hay veces que se utiliza a modo de «tonto»: «¡De verdad que tú eres bien maje!».

Sin inclinarme por una u otra versión sobre el origen de «hacerse maje», sí debo admitir que prefiero esta versión al mucho más moderno «hacerse güey» o sus variantes menos amables. Y eso no quita que, hasta la fecha, me dé por sentarme cualquier tarde a hacerme maje…

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