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Channel: Algarabía » Palabrotas
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Incróspido

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«Descentrado, desviado. Es término vulgar, propio de gente del hampa y pulquería». Así es como Francisco J. Santamaría define al incróspido —y al uso del vocablo— en su Diccionario 
de mejicanismos. Pero también acota la forma incrúspido: «desmañado, torpe, obtuso, desviado, descentrado».

No en balde usamos el adjetivo para describir a alguien que está cuete, borracho, pedo, hasta las chanclas, ebrio, jarra, hasta atrás o zumbo, teporocho y hasta las manitas, porque aquel al que se le han «pasado las cucharadas» regularmente se pone torpe, obtuso y descentrado; pierde el eje, pues. ¡Si lo sabremos los que hemos tenido que lidiar con la cerrazón y necedad de un «briagadales» que se empeña en manejar el coche a las 2 de la mañana de un polo al otro de la ciudad!

Pero parece ser que el resto de los hispanohablantes se queda con la boca abierta o intenta corregir a quien expresa este vocablo, porque es probable que se trate de un neologismo mexicano, ya que ni en el resto de los diccionarios ni en los buscadores de Internet se encuentra acotado; aunque, eso sí, en muchos de los blogs y sitios visitados por connacionales, observamos el uso del adjetivo, si bien algunos, en la confusión, lo escriben incróspito.

De cualquier modo, no necesitamos conocer su origen para aplicarlo, ya sea como sano insulto o como alusión a fiesta y reventón, a diversión y parranda bien empleada.

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Majadero

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—«Tonto y terco»— Viene de majar, que, a su vez, deriva del arcaico majo —y éste del latín malleus, ‘maza de hierro’—; en nuestros días se entiende como alguien grosero, malhablado, pelado o maleducado, aunque apareció muy temprano en la historia y literatura del español.

Con el sentido de «maza» aparece ya en la Vida de Santo Domingo de Silos, de Gonzalo de Berceo (1196-1264), y continuó utilizándose así siglos después, como en la Pícara Justina (1605): «Hanme hurtado la bolsa y algunos de mis vestidos y la almohadilla y los majaderos que traía para hacerme puntas de palillos».

En el sentido de «tonto», majadero aparece en el Tesoro de la lengua castellana (1611) de Sebastián de Covarrubias: «Llamamos al necio, por ser boto de ingenio como la mano del mortero, al que hace alusión».1 Todas las citas provienen de: Néstor Luján, Cuento de cuentos I, Barcelona: Folio, 1996. pp. 149-150. El mismo don Quijote lo usa a menudo: «¿Quién te mete a ti en mis cosas y en averiguar si soy discreto o majadero?». El refranero no se queda atrás: «Anda el majadero de otero y viene a quebrar en el hombre bueno».

En México, lo más común es que sean las mamás las que utilicen esta palabra con el sentido de «grosería», como cuando los hijos pequeños hacen berrinche: «¡No me contestes así, majadero!». O cuando se visita a las vecinas: «¡La vecina me hizo una de majaderías! ¡Ni café me ofreció y no se despidió de mí!».

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Botarate

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Es una palabra compuesta por boto —«tonto»— y patarata —«mentira» o «ridiculez»—, que designa a alguien alborotado y de poco juicio.

En Latinoamérica tiene también la acepción de «derrochador», resultado de la etimología popular de botar o tirar el dinero; lo que es una prueba más de la vigencia del término: un gobernante botarate, ¡no es sino un majadero y un mentecato!

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Sardónica

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La risa sardónica, sardesca o sardonia es aquella que surge cuando tu pedante tío, borracho, con la camisa llena de salsa y las manos pegajosas por la coca derramada de su cuba, se acerca a ti en medio de la fiesta, abraza a tu esposa y te dice lo guapa que está y que si tuviera 20 años menos… o sea, es una risa falsa o fingida, aunque también es sarcástica o venenosa.

Esta palabra tiene un origen medicinal, pues viene del griego /sardonikós/, que se utilizaba para referirse a la risa convulsiva e involuntaria. El término derivó, a su vez, de una planta llamada sardonia o /sardonion/ —Russula sardonia—, que es una «especie de ranúnculo de hojas lampiñas, pecioladas e inferiores, con lóbulos obtusos las superiores, y flores cuyos pétalos apenas son más largos que el cáliz», según el drae, cuyo ácido jugo, al beberlo, provoca una contracción de los músculos de la cara parecida a la risa.

Y, yéndonos todavía más atrás, tiene como etimología al gentilicio sardo, es decir, el oriundo de la isla mediterránea de Cerdeña —Sardegna en italiano, o bien, Sardigna, Sardinna o Sardinnia en sardo—, isla en la que crece, precisamente, la planta en cuestión.

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Onanismo

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Si Sócrates practicaba el onanismo, ¿por qué yo no he de hacerlo? No es una religión, pero puede acercarse a un movimiento de liberación espiritual —siendo un poco exagerados—.

Podríamos decir que es una práctica llena de tabúes y que está muy relacionada con lo sexual; en pocas palabras, diremos que es sinónimo de masturbación.

Onanismo es un término que proviene de un personaje bíblico quizá no muy importante, Onán, que se casó con la esposa de su hermano muerto para procrearle progenie. Sin embargo, «si bien tuvo relaciones con su cuñada, derramaba a tierra, evitando el dar descendencia a su hermano. Pareció mal a Yahvéh lo que hacía y le hizo morir también a él» —Génesis, xxxviii, 9-10.

El «crimen de Onán» fue interrumpir el acto sexual antes de la eyaculación, lo que el historiador francés Philippe Ariés llamó coitus interruptus. Pensarás que nos equivocamos, ya que habíamos dicho que onanismo es lo mismo que la masturbación, pero no.

Esto se debe a una confusión que empezó en 1710, cuando Becker, sacerdote inglés, apoyando a la Iglesia contra los actos sexuales sin reproducción, entre ellos la masturbación, publicó Onania y el pecado atroz de la autopolución. En 1758, Tissot, médico suizo y gran influyente en el ámbito eclesiástico, publicó un libro sobre los trastornos que causaba la masturbación, con el nombre de El onanismo: tratado sobre los desórdenes que produce la masturbación, donde afirmaba que era «la más mortífera y siniestra de las prácticas sexuales».

El malentendido creado por estos dos libros modificó el significado original y, a partir de entonces, la masturbación se refiere erróneamente al pecado de Onán, quien sólo quería divertirse y no necesariamente autosatisfacerse. Así, cuando busquemos el significado de onanismo en el Diccionario de la Real Academia Española encontraremos: «(de Onán, personaje bíblico). Vicio sexual solitario, masturbación».

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Coqueluche

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Los franceses, antes del siglo xviii, llamaban a la gripe y a la tos ferina —«tos fiera»— coqueluche —«capuchón»—, porque a los enfermos se les colocaba dicha prenda en la cabeza.

Hoy día, coqueluche es tos ferina en español, aunque no oficialmente; pero para esto también tenemos que ver de dónde viene gripe.

La palabra gripe tiene una sola acepción en español, en el sentido de la enfermedad que a todos nos ha de afectar más de una vez en la vida de forma molesta e inoportuna, y fue incorporada al Diccionario de la Real Academia Española en 1899.

Nos llegó del francés grippe, palabra que ha tenido tres distintos significados en el tiempo: en el siglo xiv se decía griffe y significaba «garra»; en el xvii, se trataba de una fantasía súbita, caprichosa e irónica y, finalmente, en el siglo xviii, sirvió para designar a esta latosa enfermedad, debido a la epidemia de 1733.

Su origen etimológico es la palabra germano-suiza das Grüppi —que viene, a su vez, del verbo gruppen, «agacharse», «temblar de frío», «estar mal».

Junto a la enfermedad —a la que a veces también se alude como catarro, sobre todo cuando fluye por la nariz— llegaron en 1743 al francés las palabras grippe e influenza —«epidemia» en italiano—, que pronto se popularizaron y fueron incorporadas al Diccionario de la Academia Francesa en 1765.

De esta forma, los escritores hicieron suya la palabra —como en la comedia La grippe de Nougaret— y los médicos dejaron de considerarla como una enfermedad mortal, renunciando de una vez por todas a métodos tales como las sangrías y los coqueluches.

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Ergástula

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Fría, maloliente e indeseable… Entonces, ¿cómo es que la ergástula desata tantas pasiones?

Quizá la respuesta se encuentre en su origen, pues viene del griego ε ́ργον /érgon/—«obra»—, del cual derivaron palabras como enérgico —«que tiene energía»—, energético —«que produce energía»—, y energúmeno1 v. Algarabía 26, especial de verano, junio 2006, Palabrotas: «Energúmeno», pp. 80-81.—«persona poseída por la energía del demonio».

Así, la ergástula está rodeada de energía; por ello no debe asombrarnos que una emoción tan ardorosa y llena de vehemencia como la pasión se relacione con ella, aunque en la antigua Roma fuera el lugar en el que vivían hacinados los esclavos… ¡Sí!, así como lo lees, la ergástula era la cárcel de los esclavos.

Pero, ¿cómo es que la energía se relaciona con un lugar tan lóbrego? Bueno, pues todo viene del εργαστηριον /ergastérion/ griego, que se refería al «lugar de trabajo», por lo que tenía que ser un espacio en donde se reunieran actividad y energía. Más tarde, los romanos adaptaron este término al latín ergastu ̆lum, tomando en cuenta el hecho de que los esclavos requerían de mucha fuerza y vigor para realizar las labores que se les encomendaban. Del latín pasó al español como ergástulo y entonces su acepción se amplió, al referirse a cualquier tipo de prisión, sobre todo en la literatura:

«Une plainte continue monte du
fond des ergastules.
»2 «Un gemido continuo sube desde el fondo de las ergástulas.»
Gustave Flaubert

Aunque su sentido varió, no perdió la pasión, pues no hay prisión sin ella. Si no, pregúntele a Jorge Luis Borges:

«No te arredres. La ergástula es oscura,
la firme trama es de incesante hierro,
pero en algún recodo de tu encierro,
puede haber una luz, una hendidura»3 «Para una versión del I Ching», La moneda de hierro; Buenos Aires: Emecé, 1975..

En fin, está tan llena de pasión, que comparte raíz con orgía —la que también requiere de mucha energía. Y aquí podemos apelar al lapsus de mi vecina de cubículo:

—¿Cómo dijiste? ¿«Orgástula»?
—No, ergástula.
—¿Y qué es una «orgástula»?
Er-gás-tu-la. Pues el diccionario la define como una «pasión» romana… ¡Perdón! Prisión romana…

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Meretriz

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Reconocida principalmente por la ligereza de su moral y la brevedad de su falda, una meretriz es, hoy en día y desde de la época cristiana, aquella mujer dedicada a conceder sudores y temblores —popularmente sospechados nocturnos, aunque en realidad ella no encuentre inconveniente en desempeñarse a plena luz— a cambio de algunos ejemplares de ese favorecedor papel del que están hechos los billetes.

Y es que quizá no lo sepas, querido lector, pero el término meretriz proviene del latín merĕtrix, que significa «la que se gana la vida por sí misma», etimología que alude más estrictamente a la mujer que se casa con un hombre por interés económico o social, aun cuando nunca se ha usado con esta implicación.

Al parecer, en la época del Imperio Romano, meretriz se utilizaba para designar a aquella soltera —sin vocación de prostituta, o sea, sin pretensión de cobrar— que ejercía este oficio de manera temporal o ingresaba en los templos ya fuera para aprender las delicias de la lascivia y brindárselas a su marido en ciernes o por puritito placer y liviandad moral, sin que hubiese una obligada retribución financiera.

Así pues, las meretrices eran en realidad amateurs de la diversión carnal y de los arrebatos de la entrepierna, lo que daría pie más adelante al surgimiento de numerosos prostíbulos que ofertaban los favores de mujeres «no profesionales» y aportaría elementos para la tergiversación del término.

Así pues, con la llegada del cristianismo y su nueva moral sexual, meretriz se convirtió en sinónimo de prostituta, uso que le seguimos dando hasta nuestros días, si bien en esta época, de dobles morales y conductas «políticamente correctas», algunos suelen llamarlas, de manera eufemística —para barnizar lo irritable que su ocupación les resulta—, «sexoservidoras» o «trabajadoras sexuales». Aunque quizá esos mismos, igual que todos los demás, en corto y entre nos, las llamen de otro modo.

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Hipocorístico

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Y, aunque los utilizamos todos los días, seguramente si alguien nos preguntara cuáles son no sabríamos qué responder.

Hipocorístico viene de la palabra griega «hypokoristikós» que, según la drae, significa «acariciador» y se utilizaba para referirse a alguien amorosamente. Es decir, un hipocorístico es lo que conocemos como apodo o sobrenombre «de cariño».

Los hipocorísticos se forman de muchas maneras distintas, por ejemplo:

  • Agregar los sufijos (c)ito-(c)ita, (c)illo-(c)illa o (c)ín-(c)ina: Mariana-Marianita, Javier-Javiercillo, Andrés-Andrecín.
  • Eliminar sílabas finales y agregar «i» o «y»: Antonio-Tony, Beatriz-Bety, Susana-Susi.
  • Simple supresión de las sílabas finales: Nicolás-Nico, Vanessa-Vane, Alejandra-Ale.
  • Conjunción de dos nombres: María de la Luz-Marilú, Juan Manuel-Juanma, Juan Carlos-Juanca.
  • Supresión de sílabas y desplazamiento fonético de las consonantes: Consuelo-Chelo, Rosario-Chayo.
  • Uso del nombre en inglés: Carlos-Charly, Guillermo-Willy, Roberto-Robert.

Así que ya lo sabes, de ahora en adelante cuando alguien te pregunte si tienes un hipocorístico, no respondas que estás perfectamente bien de salud o que no sabes nada de astrología, pues se refiere a tu apodo cariñoso.

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Iconoclasta

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Las abuelas les dicen simplemente herejes o blasfemos, los profesores los llaman rebeldes y hay quienes incluso —y quizá con razón— se atrevan a llamarlos revolucionarios. Pero, ¿qué es en realidad un iconoclasta?

La palabra iconoclastia proviene del griego eikonoklastés —donde eikón significa imagen y klaó significa romper— y se utilizó por primera vez para designar una controversia sobre el uso de imágenes sagradas que dividió a la Iglesia ortodoxa de Oriente en los siglos viii y ix.

El emperador bizantino, León iii, prohibió la veneración de las imágenes de Jesús, la Virgen María o de cualquiera de los santos de la Iglesia y ordenó su destrucción, dando origen al término. En el año 843, después de varias décadas de violentas disputas, se restauró el culto a los iconos y el término iconoclasta pasó de ser una política de Estado a una postura disidente.

En la actualidad, se les llama iconoclastas a las personas que se declaran en contra de los modelos, ideales o estatutos que la sociedad considera deseables, o de las «figuras de autoridad», sean académicas, políticas o religiosas. Es decir, un iconoclasta navega contracorriente y cuestiona aquello que debería venerar o admirar.

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Ganapán

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¿Has visto alguna vez a un cargador de la Central de Abastos? Bueno, pues según el drae, este individuo es un ganapán. Ya que este término significa «hombre que se gana la vida llevando recados o transportando bultos de un lugar a otro» o de manera coloquial «hombre rudo y tosco».

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Un ganapán también es quien se gana la vida con labores esporádicas que no requieren ningún tipo de preparación. Es decir, que se gana el sustento día con día, sin ninguna certeza de cómo sobrevivirá después.

En la literatura hay muchos ejemplos de ganapanes célebres, el mismo Rodrigo Díaz de Vivar, protagonista del poema del «Mío Cid», se transforma en ganapán una vez que es desterrado y tiene que enfrentarse al hambre y la intemperie. De ahí la frase «mejor estudia para no ser un ganapán». Y es que cada vez abundan más los empleados «informales» que con tal de ganarse unas monedas se dedican a cualquier cosa que les encarguen: recaderos, mandaderos, cargadores, cambiadores de focos, barrenderos y mata arañas.

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Infatuación

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Aunque esta palabra existe en español desde hace siglos —hay registros de ella en 1696, proveniente del latín infatuatio, onis—, en el español actual casi no se usa y muchísimos hablantes no conocen su significado.

De acuerdo con el diccionario de la rae, significa «volver a uno fatuo», es decir, dejarlo como tonto, «falto de razón o entendimiento, engreírlo». ¿Pero, en qué sentido podemos usar esta palabra?

La infatuación es diferente al amor, es quizás más parecida al enamoramiento, porque para ser infatuación la pasión debe ser súbita, absurda —es decir, poco justificable— e intensa. ¿Por cuánto tiempo? No se sabe, eso depende de cada quien.

Se trata de una palabra muy útil, porque aunque describe un sentimiento complejo y abstracto, es por demás descriptiva de algo que todos alguna vez hemos experimentado. Así, se convierte en un término único e insustituible.

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Cuentachiles

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«El cuentachiles de tu novio no quiso cooperar», este tipo de frases, con la palabra cuentachiles, es común en nuestro país; y es que esta fusión de verbo y sustantivo resulta en un complemento coloquial muy utilizado en México para nombrar esos seres que escatiman todo lo que deben dar.

Un cuentachiles es lo mismo que cicatero, mezquino, tacaño, ruin, miserable o, como lo diría mi tía Chole: «Es bien codo». El Diccionario de mejicanismos nos explica que este detestable adjetivo se refiere a un «cominero, refitolero», es decir, «al hombre que se entremete en las menudencias de su casa que son propias de mujeres» —en Cuba, un cuentachiles es mejor conocido como cazuelero—.

O sea que, además, se mete con las decisiones que seguramente ya tomó su esposa, su hija, su hermana, su madre o su abuela. Y, por si fuera poco, también es conocido como chismoso. ¡No es posible! Esta clase de individuo es de lo peor.

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Ominoso

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Vaya que esta vez tocó el turno a una verdadera palabrota, una que augura lo sumamente malo, despreciable o repulsivo.

Lo ominoso es, según el drae, lo «azaroso, de mal agüero, abominable,
vitando1 Lo que se debe evitar.»; es también lo odioso y execrable.

Fue tomado del latín ominosus, que significa «de mal agüero», que a su vez deriva de omen, ominis, «presagio», «predicción» o «lo que anuncia». Con esta palabra se relacionan otras como omisión, omiso y abominable.

Lo ominoso era, en principio, lo que presagiaba un mal, pero se convirtió en lo que debe ser condenado y despreciado; por ejemplo, se denomina Década Ominosa al periodo de la historia de España que comprende los años de 1823 a 1833, durante los cuales se dio muerte a una gran cantidad de liberales españoles, mientras otros tuvieron que salir al exilio.

Otro significado de esta palabra proviene de los escritos de Sigmund Freud, quien en 1919 publicó un artículo titulado «Das Unheimliche», traducido al español como «Lo ominoso»2 Sigmund Freud, Obras completas, t. XVII, Buenos Aires: Amorrortu, 1976. En este texto, el padre del psicoanálisis califica como ominosa la sensación, relacionada con lo terrorífico, que provoca aquello que nos es familiar y extraño al mismo tiempo y que, por tanto, llega a ser inquietante. Ciertos objetos inanimados que parecen vivos pueden ocasionarnos esta sensación; también la experiencia del doble o del otro yo. Se trata de algo familiar que se vuelve ajeno, o de lo que —por su naturaleza siniestra— se mantiene oculto y, de pronto, aflorara o saliera a la luz.

¿Has visto esas muñecas de porcelana con vestidos antiguos y pelo natural que parece que en cualquier momento moverán los ojos? Pues éstas producen miedo porque nos hacen recordar lo que nos es propio, lo que somos, pero con un componente ajeno, antinatural. Por eso, aquellos seres que tienen algo humano y algo animal al mismo tiempo, o los objetos que parecen adquirir vida, producen en nosotros esa sensación espeluznante. Por algo la película Chucky, el muñeco diabólico (1988) tuvo tanto éxito.

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Indulgencia

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Ésta es una de esas palabras muy socorridas para aderezar el lenguaje cuando pretendemos demostrar nuestra gran cultura. Por ejemplo, decimos que Zutanita es muy indulgente con sus hijos, con lo que sobreentendemos que no es severa para corregirlos; es más, es barquea y los deja hacer lo que quieran.

Esto coincide con lo que dice María Moliner en su Diccionario de uso del español: «Indulgente. Benévolo. Se aplica a la persona que juzga o castiga las faltas de otros sin severidad o que es poco exigente en cuanto a obligarlas a hacer lo que les corresponde o deben hacer».

En inglés indulgence es otra cosa. El Webster‘s Dictionary lo define como la gratificación del deseo, el estado de ser indulgente, permisivo y tolerante, y se aplica también a algo que complace: Fulanita’s favorite indulgence is candy. Es decir, que si ella come muchos chocolates es por indulgence, pero no habrá indulgencia para su penitencia, pues de que se tendrá que poner a dieta, no hay duda. Pero en español decir que Fulanita come chocolates por indulgencia no es apropiado.

Joan Corominas, en su Diccionario crítico etimológico castellano e hispánico define indulgencia —del latín indulgens -entis— como «andulencia, miramiento, complacencia, utilizado mayormente con carácter religioso; indulto, concesión, favor, perdón». Y aquí entramos en la acepción religiosa, que es más complicada, pues entender exactamente qué es una indulgencia nos obliga prácticamente al dominio del derecho canónico, la teología y la historia del catolicismo. Pero como esta palabrota no amerita un articulote, sino una explicación sencilla, hela aquí.

Durante los primeros años de la existencia del catolicismo era común faltar a la fe por motivos diversos; de hecho, la apostasía1 La apostasía consiste en negar la fe de Jesucristo recibida en el bautismo. era un pecado muy grave que implicaba una penitencia —castigo— muy severa, lo que afectaba tanto al cristiano en cuestión, que, lejos de «rehabilitarse», terminaba por alejarse de la Iglesia. Por ese motivo, las autoridades eclesiásticas crearon la indulgencia, una especie de indulto o postergación de la penitencia, mas no el perdón del pecado. Incluso, el indulto no era absoluto: se le solicitaba al pecador que realizara alguna obra de caridad o peregrinación a cambio 
de él, o bien, si se postergaba la penitencia, tenía que resignarse a pagarlas todas juntas en el purgatorio.

Tal concesión dio origen a la compra de indulgencias y, luego, a su tráfico, ya que prácticamente eran consideradas como permisos para pecar; ricos y nobles las compraban para hacer su santa voluntad a cambio de limosnas tan discretas que posibilitaron la construcción de grandes catedrales. Esta situación llegó tan lejos que, en el siglo xvi, Martín Lutero decidió enfrentarse a la Iglesia Católica en total desacuerdo, lo que más tarde derivaría en la Reforma protestante.

Atreviéndonos a hacer una analogía, una indulgencia equivaldría más o menos a obtener libertad condicional a cambio de servicio social y buen comportamiento.

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Fenaquitoscopio

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También llamado fenaquistiscopio —del francés phénakistiscope, que a su vez toma
 la palabra griega φενακσΜός, phenakismós, ‘engaño’—

Este aparato fue inventado por 
el físico belga Joseph-Antoine Ferdinand Plateau para demostrar que una imagen permanece en la retina humana una décima 
de segundo antes de desaparecer por completo —a este principio se le llama «persistencia de la retina», y es el mismo en que se basa la ilusión de movimiento continuo que nos brinda el cinematógrafo—.

El artilugio no es más que un círculo con cerca de trece dibujos del mismo objeto, pero en posiciones ligeramente diferentes —un caballo, una pareja bailando, un hombre corriendo—; al hacerlo girar frente a un espejo, parece que esos dibujos tienen movimiento.

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Chicuace

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Esta palabra de origen náhuatl significa «seis» y se aplicaba a las personas con más de cinco dedos en las manos o en los pies. Es una aféresis1 Es decir, que suprime algún sonido al comienzo de una palabra. de mapilchicuace, que viene de demapilli, «dedo de la mano»; o, posiblemente, de xopilchicuace, derivado de xopilli, «dedo del pie».

Denominada técnicamente polidactilia o hiperdactilia, esta anomalía congénita suele ser hereditaria, aunque también puede estar relacionada con síndromes específicos. Es bilateral, es decir, se da en ambas extremidades, y se presenta por igual en hombres y en mujeres.

Es una mutación que ocurre más entre familias y grupos de personas con antecedentes de consanguinidad y en la mayoría de los casos es normal, por lo que no indica enfermedad alguna. Tampoco se presenta frecuentemente: en México se da en poco más de una persona por cada mil.
Los dedos adicionales pueden estar bien formados e, incluso, ser funcionales. Normalmente se mutilan a edades muy tempranas a través de una cirugía.

Este desorden genético debe de haber sido más o menos frecuente en el México antiguo, dado que existía un término específico para designar a las personas que lo padecían. Incluso, en el arte prehispánico de diferentes culturas, como en Palenque, Chiapas, están representadas personas con esta característica, que, al parecer, era un atributo deseable, signo de divinidad y poder, y no una imperfección.

Aunque chicuace es una palabra que actualmente se escucha poco, es agradable saber que una lengua ancestral, como el náhuatl, contaba ya con un término específico para cada concepto.

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Diáspora

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La primera vez que escuché la palabra diáspora fue de niña, en una reunión que mis padres organizaron para celebrar el Año Nuevo. Un joven muy guapo, de color tostado y con ojos azules, contaba a la concurrencia que había salido de Cuba junto con la diáspora cubana.

Lo primero que se me ocurrió al escucharlo fue: «Pobre hombre, esa enfermedad debe de ser implacable; por algo salió de Cuba sin decir adiós. Debe de sufrir tanto».

La plática continuaba mientras él rememoraba La Habana Vieja, el malecón y demás cosas lindas que hay por allá. De repente su voz cambió, pues dijo que lo que más le dolía era que sus paisanos lo llamaran «gusano». «Bueno», pensé, «esto sí que es el colmo, se fue de su tierra por una enfermedad incurable y, encima de todo, tiene que soportar que la gente de su propio país lo insulte resaltando todos esos síntomas que le derivan de la enfermedad. Ya no hay sensibilidad en este mundo.»

Cuando terminó la reunión, me fui cabizbaja a mi habitación y no dejaba de pensar en la vida que llevaba ese hombre. No podía dormir imaginando la situación tan terrible por la que ese cubano y su familia atravesaban, y daba vueltas y vueltas en la cama cavilando cómo ayudar, con quién acudir. Después de divagar por un rato, se me ocurrió que lo mejor era buscar el significado de esa palabra en el drae y resultó que yo había construido mi propia novela, ya que diáspora significa: «una dispersión de grupos humanos que abandonan su lugar de origen», y la más común es la diáspora judía.

Como ven, muchas veces hacemos versiones alternas de la realidad, todo por no conocer el significado de las palabras. Aunque a mí, en particular, creo que nunca se me olvidará lo que quiere decir.

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Inculcar

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Nos dice María Moliner en su Diccionario de uso del español que esta palabra viene del latín inculcāre, «apretar una cosa pisándola», voz formada por calcare, ‘pisar’ y calx, -cis, ‘talón’, de ahí que signifique «apretar una cosa contra otra».

Curioso origen y curiosa acepción; tú pensarás entonces que es posible inculcarle un abrazo a alguien, por ejemplo. Sin embargo, la acepción que normalmente empleamos, es la que nos ofrece el DRAE: «infundir con ahínco en el ánimo de alguien una idea, un concepto, etcétera». El acto de inculcar remite, pues, a la imagen de imprimir algo en alguien como si de una huella grabada en la tierra se tratara.

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Galimatías

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Es un galimatías saber de dónde viene galimatías. Joan Corominas afirma que viene del francés galimatias, y éste, a su vez, de Barimatía —término que se empleaba popularmente para denominar un país exótico, de donde puede proceder el personaje evangélico José de Arimatea, y que luego se aplicó a lenguajes incomprensibles, que, se creía, eran hablados en países lejanos—.

Pero el drae dice que más bien proviene del griego κατα μαθαιον /kata mataion/, cuyo significado es «según Mateo», por la forma en que el apóstol narra que Abraham fue padre de Isaac e Isaac de Jacob y Jacob de Judá… [larguísima lista de nombres que termina en que] …Jacob engendró a José, marido de María, de la cual nació Jesús, llamado el Cristo.1 Mateo, 1:1-16.

Y, a todo esto, ¿qué es un galimatías para nosotros, los hispanohablantes? Pues se refiere a cualquier circunstancia confusa, desordenada o liosa, como cuando la hermana de mi tío político, enamorada de Martín, ansiosa de Marcelo y casada con Mario, olvidaba precisamente el nombre del tercero, y, entre que decía Marcelo y Martín, se hacía tal galimatías que mi tío, los vecinos y hasta el enamorado y el ansiado terminaban gritando y manoteando en aquel sagrado hogar.

Pero esta palabrota también se refiere a un texto escrito en lenguaje oscuro, ya sea por la impropiedad de las frases o por la confusión de las ideas; como lo que hacía Cantinflas en sus discursos, que terminaron poseyendo un término propio: cantinfleo, o algunos textos que parecieran hechos expresamente para no ser comprendidos, como esta traducción de Heidegger:

«Aquel a que se pregunta primariamente, al preguntar por el sentido del ser, es el ente del carácter del “ser ahí”. La analítica existenciaria y preparatoria del “ser ahí” ha menester, por obra de su peculiar índole, de una previa exposición y deslinde respecto de investigaciones que parecen ser concurrentes con ella».2 Martin Heidegger, El ser y el tiempo, México: FCE, 1997.

El chiste es que, de dónde sea que venga, un galimatías nos lleva irremediablemente al embrollo, al caos y hasta a la algarabía.

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